martes, 30 de octubre de 2012

Aún soy muy joven

Cada vez que reflexiono acerca de quién era en años anteriores, me digo a mí misma: "huevona... ¿en serio?" y me pregunto cómo pude haber sido tan estúpida (porque sí, era TAN estúpida). Desde mis creencias, pasando por los amigos que tenía, cómo manejaba el drama diario y hasta mi forma de escribir. Quizás un optimista me diría "al menos has madurado", yo le diría "circula, broder".

Madurar no es ser más serio, no es apegarte a gente mayor ni tener conversaciones sobre actualidad o política. Para mí, madurar es hacer las mismas estupideces de siempre pero sin que los resultados te afecten tanto como antes. Es disfrutar, sin remordimiento, de esos momentos que sólo tú les das sentido, que tienen valor para ti, que tú decides que ocurran. Lo malo es que durante mi gatuna vida, esa definición nunca se me cruzó por la mente... hasta ahora.

Esto es como un ejercicio mental con un poco de masoquismo y buen humor que suelo realizar de vez en cuando. Claro, uno nunca quiere recordar las estupideces que ha hecho de joven porque, no jodan, qué roche pero, a veces, ayuda. Supongo. Esta vez haré un repaso acerca de lo más resaltante que pueda recordar para deleite suyo y vergüenza mía porque ¿qué es de la vida sin un poco de feedback?


  • A los 7 años, por no querer invitarle mi cajita de Clorets a mi hermano, terminé por comérmelos antes de ir a dormir. Las víctimas del crimen fueron la funda de la almohada, mi cabello lleno de chicle y la garganta de mi madre de tanto gritar.
  • A los 8 años, engañaba a mi primo con los muñequitos de Digimon de la promoción de Coca Cola, los intercambiaba cuando no veía. Al final, se enteró.
  • A los 9 años, en esas fiestas de cumpleaños que se celebran en los salones de colegio, mi profesora decidió que bailaría con quien decía ser mi "enamorado" en ese entonces. Eso no terminó nada bien.
  • A los 11 años, el chico que me gustaba dijo en voz alta (para que lo escuche) que estaba planeando declararse a una chica (mi amiga más cercana) y dejarse de huevadas de una vez. No sucedió porque bitch, you didn't.
  • A los 14 años, tuve mi primer beso y mantuve los ojos abiertos durante todo el proceso. Nada romántico, lo sé. Tampoco estuvo bueno.
  • A los 15 años, me enamoré por primera vez. Sucedió tan rápido como terminó pero con altas dosis de drama, casera, aproveche.
  • En ese mismo año, conocí por primera vez la maldad en las gente, especialmente en cuatro personas. Luego me enteré que eso se llamaba "acoso". Lo malo es que el término no era popular y no salí en la tele.
  • A los 16 salí por unos meses con un chico de 22 años.
  • A los 18 años descubrí lo que es la soledad al perder amistades más rápido que dinero y eso que pensé en fondos mutuos.
  • A los 22 años me enamoré nuevamente.

Mientras que los anteriores fueron experiencia (#bitchplease) y preparación para lo que se venía (sí, Juan), considero el último punto como el más importante, el que marcó un antes y un después en mí. No sólo porque ocurrió el año pasado ni porque aún lo tengo fresco en mi memoria sino porque, a pesar de todo lo vivido, me hizo dar cuenta de algo tan jodidamente cierto: aún soy muy joven.

lunes, 29 de octubre de 2012

Detrás del miau

Nunca me gustaron los gatos. Debido a mi rinitis crónica (que, en Lima, es la enfermedad más común), trataba de alejarme de ellos o terminaba con los ojos hinchados, estornudos constantes y dolores de cabeza. Es por eso que muchos se sorprendieron una vez que comencé con el juego de creerme un gato.

He recibido críticas, alzadas de cejas, complicidad e incluso una lata de atún pero no importa, siempre y cuando me sintiera cómoda al respecto y así lo hice. Pronto, mi imagen para mostrar mutó a gato y comencé a colgarme a esta identidad. Sentía que a través de ella podía expresar más que como yo misma y no recibía tantas quejas ni prejuicios del tipo "ah, pero así no pensaría una psicóloga". Era más yo al negar a mi propio yo.

Han pasado dos años desde que inicié el juego y, aunque se va desvaneciendo, quiero hacer uso de lo último que queda para poder expresar todo aquello que no puedo bajo mi nombre. Algunas cosas no tendrán sentido, otras irán a mi historia clínica una vez que me internen y otras... quién sabe, a lo mejor y me ayuden a darle un final a todo lo que llevo arrastrando.

Dicho esto, sólo una frase (no, no te inspirará ni es recontra feeling):

"May the miau be ever in your favor"
(The Hunger Games, adaptado)