Nunca me gustaron los gatos. Debido a mi rinitis crónica (que, en Lima, es la enfermedad más común), trataba de alejarme de ellos o terminaba con los ojos hinchados, estornudos constantes y dolores de cabeza. Es por eso que muchos se sorprendieron una vez que comencé con el juego de creerme un gato.
He recibido críticas, alzadas de cejas, complicidad e incluso una lata de atún pero no importa, siempre y cuando me sintiera cómoda al respecto y así lo hice. Pronto, mi imagen para mostrar mutó a gato y comencé a colgarme a esta identidad. Sentía que a través de ella podía expresar más que como yo misma y no recibía tantas quejas ni prejuicios del tipo "ah, pero así no pensaría una psicóloga". Era más yo al negar a mi propio yo.
Han pasado dos años desde que inicié el juego y, aunque se va desvaneciendo, quiero hacer uso de lo último que queda para poder expresar todo aquello que no puedo bajo mi nombre. Algunas cosas no tendrán sentido, otras irán a mi historia clínica una vez que me internen y otras... quién sabe, a lo mejor y me ayuden a darle un final a todo lo que llevo arrastrando.
Dicho esto, sólo una frase (no, no te inspirará ni es recontra feeling):
"May the miau be ever in your favor"
(The Hunger Games, adaptado)
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