Cuando tenía 15 años, ya tenía mi futuro planeado: estudiaría algo relacionado a computación (quizás 3 años en Cibertec), luego completaría los 2 años que me faltaban en la UPC para sacar un título universitario, trabajaría en la empresa de uno de mis hermanos mayores y tendría mucho dinero. Sí, a los 15 todavía pensaba como alguien de 5 años. O alguien de 40 años con un puesto en el Congreso.
A los 16 años, terminaba el colegio y postulé a la UPC, ingresando por medio de la famosa entrevista. Es más, nunca pasé por un examen de admisión. Seguía con la idea de "tener mucho dinero", así que me dispuse a estudiar la hipster carrera de Ingeniería de Software. Y digo hipster porque nadie sabía qué carajo era, ni en qué se diferenciaba con Sistemas ni qué diablos haríamos como egresados. Pero yo seguía de acuerdo a mi plan.
A los 17 años, la burbuja se rompió. Descubrí que esa carrera no me gustaba, no me motivaba, no entendía nada de las clases y si podía faltar, lo hacía. Llegué al 30% de inasistencias en todos los cursos, jalé dos veces Matemática Básica (no me juzguen, era BIEN difícil) y me sentía presionada por mi padre. Alguien diría "ay, típico caso de First World Problems" pero no, era más que eso. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? Porque, al final, la carrera yo la estudiaba y me sustentaría por muchos años hasta que alguien me pagara otra (?) así que estaba en el limbo. Por ese entonces tenía enamorado, Cristhian, con quien no me llevaba del todo bien pero que de alguna manera nos atraíamos. Me enseñó muchas cosas y, no es por tirarle flores, pero fue por él que tuve el valor de decirle a mis padres que quería cambiarme de carrera (al último minuto, él se chupó. Sí, qué ironía, pues). Fue un chongazo, que sí, que siendo psicóloga te vas a morir de hambre, que todos son mediocres, etc. Igual, sin planes a la vista ni apoyo, me arriesgué y postulé a Cayetano.
Ahora que han pasado cinco años, me pongo a pensar que, hasta ahora, no tengo un plan fijo pero eso no quiere decir ande más perdida que papa en ceviche. Tengo la carrera que me gusta y, con ella, hartas maneras de ayudar a los demás
... una vez que haya cerrado mi cuenta en Twitter.
jueves, 8 de noviembre de 2012
martes, 30 de octubre de 2012
Aún soy muy joven
Cada vez que reflexiono acerca de quién era en años anteriores, me digo a mí misma: "huevona... ¿en serio?" y me pregunto cómo pude haber sido tan estúpida (porque sí, era TAN estúpida). Desde mis creencias, pasando por los amigos que tenía, cómo manejaba el drama diario y hasta mi forma de escribir. Quizás un optimista me diría "al menos has madurado", yo le diría "circula, broder".
Madurar no es ser más serio, no es apegarte a gente mayor ni tener conversaciones sobre actualidad o política. Para mí, madurar es hacer las mismas estupideces de siempre pero sin que los resultados te afecten tanto como antes. Es disfrutar, sin remordimiento, de esos momentos que sólo tú les das sentido, que tienen valor para ti, que tú decides que ocurran. Lo malo es que durante mi gatuna vida, esa definición nunca se me cruzó por la mente... hasta ahora.
Esto es como un ejercicio mental con un poco de masoquismo y buen humor que suelo realizar de vez en cuando. Claro, uno nunca quiere recordar las estupideces que ha hecho de joven porque, no jodan, qué roche pero, a veces, ayuda. Supongo. Esta vez haré un repaso acerca de lo más resaltante que pueda recordar para deleite suyo y vergüenza mía porque ¿qué es de la vida sin un poco de feedback?
- A los 7 años, por no querer invitarle mi cajita de Clorets a mi hermano, terminé por comérmelos antes de ir a dormir. Las víctimas del crimen fueron la funda de la almohada, mi cabello lleno de chicle y la garganta de mi madre de tanto gritar.
- A los 8 años, engañaba a mi primo con los muñequitos de Digimon de la promoción de Coca Cola, los intercambiaba cuando no veía. Al final, se enteró.
- A los 9 años, en esas fiestas de cumpleaños que se celebran en los salones de colegio, mi profesora decidió que bailaría con quien decía ser mi "enamorado" en ese entonces. Eso no terminó nada bien.
- A los 11 años, el chico que me gustaba dijo en voz alta (para que lo escuche) que estaba planeando declararse a una chica (mi amiga más cercana) y dejarse de huevadas de una vez. No sucedió porque bitch, you didn't.
- A los 14 años, tuve mi primer beso y mantuve los ojos abiertos durante todo el proceso. Nada romántico, lo sé. Tampoco estuvo bueno.
- A los 15 años, me enamoré por primera vez. Sucedió tan rápido como terminó pero con altas dosis de drama, casera, aproveche.
- En ese mismo año, conocí por primera vez la maldad en las gente, especialmente en cuatro personas. Luego me enteré que eso se llamaba "acoso". Lo malo es que el término no era popular y no salí en la tele.
- A los 16 salí por unos meses con un chico de 22 años.
- A los 18 años descubrí lo que es la soledad al perder amistades más rápido que dinero y eso que pensé en fondos mutuos.
- A los 22 años me enamoré nuevamente.
Mientras que los anteriores fueron experiencia (#bitchplease) y preparación para lo que se venía (sí, Juan), considero el último punto como el más importante, el que marcó un antes y un después en mí. No sólo porque ocurrió el año pasado ni porque aún lo tengo fresco en mi memoria sino porque, a pesar de todo lo vivido, me hizo dar cuenta de algo tan jodidamente cierto: aún soy muy joven.
lunes, 29 de octubre de 2012
Detrás del miau
Nunca me gustaron los gatos. Debido a mi rinitis crónica (que, en Lima, es la enfermedad más común), trataba de alejarme de ellos o terminaba con los ojos hinchados, estornudos constantes y dolores de cabeza. Es por eso que muchos se sorprendieron una vez que comencé con el juego de creerme un gato.
He recibido críticas, alzadas de cejas, complicidad e incluso una lata de atún pero no importa, siempre y cuando me sintiera cómoda al respecto y así lo hice. Pronto, mi imagen para mostrar mutó a gato y comencé a colgarme a esta identidad. Sentía que a través de ella podía expresar más que como yo misma y no recibía tantas quejas ni prejuicios del tipo "ah, pero así no pensaría una psicóloga". Era más yo al negar a mi propio yo.
Han pasado dos años desde que inicié el juego y, aunque se va desvaneciendo, quiero hacer uso de lo último que queda para poder expresar todo aquello que no puedo bajo mi nombre. Algunas cosas no tendrán sentido, otras irán a mi historia clínica una vez que me internen y otras... quién sabe, a lo mejor y me ayuden a darle un final a todo lo que llevo arrastrando.
Dicho esto, sólo una frase (no, no te inspirará ni es recontra feeling):
"May the miau be ever in your favor"
(The Hunger Games, adaptado)
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